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Popular se constituyó hace casi un siglo y, hasta hace unos meses, nadie podía imaginar que acabaría siendo inviable. La entidad, que siempre ha enfocado su negocio en dar préstamos a pequeños empresarios y familias, llegó a ser considerada en los años 90 como el banco más rentable del mundo, pero cometió el error de dejarse llevar por el boom inmobiliario. Los impagos de promotores y demás empresas vinculadas al ladrillo a los que prestó dinero, junto con los activos inmobiliarios que se ha ido adjudicando desde el estallido de la burbuja, han ido mermando su solvencia hasta dejarle sin liquidez. Una situación que se ha convertido en insostenible y ha precipitado su liquidación.

Como consecuencia de su empacho inmobiliario y de la presión del mercado, Europa ha ‘invitado’ a Banco Santander a que se haga cargo de la entidad, después de que los accionistas y los tenedores de bonos sacrifiquen todo el dinero que han invertido en favor de las arcas públicas: el ‘rescate’ de Popular no costará ni un euro al Estado, aunque la entidad presidida por Ana Botín ampliará capital en unos 7.000 millones de euros para poder sanearlo.

Pero, ¿cómo es posible que haya llegado a este punto? La respuesta está en la agresiva apuesta que tuvo por el sector inmobiliario durante los años de mayor actividad. Un error estratégico que no ha sido capaz de digerir en estos últimos 10 años y que está lejos de los principios de su fundación.

La historia de Popular se remonta a 1926, cuando la entidad se constituyó y empezó a operar bajo el nombre de Banco Popular de los Previsores del Porvenir. Sus primeros años de vida estuvieron marcados por las secuelas de la Guerra Civil española y la Segunda Guerra Mundial. La necesidad de las empresas y las familias de superar los conflictos bélicos impulsó su crecimiento y sentó las bases de la entidad que conocemos hoy en día.

En febrero de 1947 cambió su denominación para pasar a ser Banco Popular Español y empezó a tener relevancia en todo el país, aunque su gran expansión se produjo en los primeros pasos de la transición. En apenas un lustro, Popular duplicó su número de oficinas por todo el territorio nacional y aprovechó dicha expansión para consolidar su liderazgo en el sector de las pequeñas empresas. De hecho, desde entonces se ha ganado el apodo de “el banco de las pymes”.

Durante la década de los 90, Popular fue ganando músculo e incluso llegó a ser considerado el banco más rentable del mundo durante varios años consecutivos por la agencia de calificación bancaria británica IBCA.

Los últimos años del siglo XX y los primeros del XXI fueron una época dorada para la entidad y en ella pudo poner en práctica sus dos grandes señas de identidad, la rentabilidad y la eficiencia, pero el boom inmobiliario supondría un punto de inflexión en su historia. En pleno ciclo alcista, Popular cometió el error de meterse de lleno en el ladrillo a través de la concesión de créditos a pequeños promotores y todo tipo de empresas vinculadas al negocio de la construcción. Esta maniobra, que cogió forma bajo el mandato de Ángel Ron, es el origen de todos sus males, según los expertos.

Atracón inmobiliario... sin estar preparado

“Hubo un cambio desafortunado en las políticas y se redujeron mucho los criterios de gestión del riesgo y la prudencia por los que tanto habían apostado en el pasado. En aquella etapa el crecimiento primó sobre todo lo demás y lo cierto es que no estaban entrenados para dar este tipo de créditos”, explica Guido Stein, profesor de IESE Business School.

Algo similar opina Santiago Carbó, director de Estudios Financieros de la Fundación de las Cajas de Ahorros (Funcas), quien recalca que “el atracón de ladrillo de Popular fue excesivo y se ha tardado muchísimo en valorar y segregar los activos deteriorados. Tanto que la acción del banco ha acabado presa de la especulación. Popular tenía muchos activos improductivos, muchos de ellos por inversiones inmobiliarias en las peores ‘añadas’ de la burbuja, entre 2005 y 2007. Una situación muy difícil de remontar”.

En esa misma línea, Enrique Quemada, presidente de ONEtoONE Corporate Finance, recalca que el banco “apostó por el crecimiento nacional más que por la internacionalización y se centró en pequeñas empresas, que fueron las que más sufrieron con la crisis. Sobre todo, las ligadas al sector inmobiliario (promotoras, fabricantes de cerámica…), que llegaron a representar el 29% del PIB. Borrachas de deuda, estas empresas empezaron a quebrar y fueron refinanciadas múltiples veces hasta que se ha demostrado que nunca podrían pagar”.

Pero los expertos no son los únicos que sitúan al ladrillo como el punto de partida de los problemas de la entidad, sino que ese argumento también se convierte en una crítica interna. El propio Ignacio Sánchez-Asiaín, consejero delegado del banco hasta el día del 'rescate', confesó hace unas semanas que “Popular desembarcó en el ladrillo en un momento inadecuado y aún no lo ha digerido. Como no recibió ayudas públicas, no pudo traspasar activos a Sareb, como sí hizo parte de la banca para digerirlo mejor”.

Durante su intervención en unas jornadas sobre el sector financiero, Sánchez-Asiaín también repasó los tremendos esfuerzos que ha hecho la entidad desde que estalló la crisis por sanear su balance. Según sus cálculos, entre 2007 y 2016 el banco provisionó 25.717 millones de euros, tres veces los fondos propios del banco antes de la crisis. “No queremos ser un banco inmobiliario, sino un banco pyme. Por tanto, nuestro objetivo es la desinversión en ladrillo y aumentar la rentabilidad”, añadió el por aquel entonces número dos.

A pesar de todas esas medidas, la exposición actual de Popular al ladrillo alcanza los 29.800 millones de euros entre activos inmobiliarios y créditos morosos inmobiliarios, la cifra más alta de toda la banca española. De dicha cantidad, 17.700 millones son edificios terminados, en construcción, suelo, alquileres y otros activos. En el caso de Santander, marca bajo la que operará Popular, dicha exposición se reduce a 9.700 millones de euros. Además, el peso de los activos improductivos ronda el 25% de la cartera de Popular, mientras que en el resto del sector el porcentaje se reduce al 11%.

Para Joaquín Maudos, catedrático de Economía de la Universidad de Valencia y director adjunto del Ivie, en el declive de Popular han participado varios factores, y no solo los puramente inmobiliarios. “Por un lado, la absorción sin ningún tipo de ayudas de Banco Pastor, que ya estaba muy expuesto al ladrillo. Por otro, haber ido a parches sorteando los problemas con sucesivas ampliaciones de capital insuficientes para sanear por completo el deterioro de la exposición inmobiliaria. Y el más reciente es no haber comunicado un plan creíble para hacer frente a los problemas, lo que conduce al detonante final de una intervención que es una fuga de depósitos”, insiste.

No podemos olvidar que el banco ha ampliado capital por valor de 5.000 millones de euros en apenas cuatro años. La primera fue en otoño de 2012, justo después de que el examen al sector financiero que hizo la consultora americana Oliver Wyman concluyera que, en un escenario muy adverso, el banco tendría un déficit de capital de unos 3.200 millones de euros.

Para solventar cualquier tipo de dudas y evitar tener que acudir a ‘papá Estado’, Popular amplió capital en 2.500 millones de euros y tranquilizó temporalmente a los mercados. Sin embargo, en mayo de 2016 anunció por sorpresa otra ampliación de capital por el mismo valor y fue entonces cuando empezaron las sospechas.

Los especuladores ponen la puntilla

Desde primavera del año pasado, los rumores sobre una fusión con otra entidad, la venta directa o una nueva ampliación de capital han sido constantes. En el proceso, el banco ha cambiado de presidente (Emilio Saracho cogió las riendas en febrero en sustitución de Ángel Ron), ha registrado unas pérdidas récord (casi 3.500 millones en 2016) y ha seguido unas líneas estratégicas diferentes a las que estaban previstas inicialmente.

En el caso concreto del ladrillo, el anterior equipo directivo sentó las bases para crear una especie de inmobiliaria a la que traspasar parte de sus activos (se habló del trasvase de hasta 6.000 millones de euros) y desde la que dar a su cartera problemática una salida rápida al mercado. Sin embargo, aquella iniciativa cayó en saco roto y fue sustituida por un nuevo esquema organizativo que contemplaba la creación de oficinas específicas desde las que vender inmuebles.

Pero estos cambios de rumbo y los problemas del ladrillo no han sido los únicos que han llevado al banco a esta situación. El profesor del IESE afirma que Popular no es la única entidad con esos problemas y achaca el fatídico desenlace a la presión de los especuladores sobre el valor en bolsa.

“Es verdad que la entidad tenía una salud quebradiza y que existían unos problemas de fondo que no se han gestionado adecuadamente. Pero aquí el destino y la divina providencia han tenido muy poco que ver. Popular ha sido una pieza muy apetecible durante mucho tiempo y lo que ha ocurrido es que la bola de nieve se ha hecho insostenible. Los especuladores han apostado a la baja por el valor (a finales de mayo los bajistas controlaban el 12% del capital), lo que ha provocado que clientes y supervisores se hayan puesto nerviosos y que la entidad haya sufrido una retirada de fondos masiva que le ha provocado un enorme problema de liquidez. Y esto no hay entidad financiera que pueda soportarlo. Por tanto, creo que el banco no se ha muerto por no digerir el ladrillo, sino que ha dejado de ser viable cuando todo el mundo ha dicho que no es ni será viable”, sostiene Stein.

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